Unity

Suelen decir que la inspiración te pilla en los lugares más inesperados pero lo que no te cuentan es que muchas otras veces las musas te sorprenden en los sitios más típicamente asignados a las casualidades.

Existen millones de lugares mágicos a lo largo del mundo, quizás tantos que a veces me pregunto si realmente no serán todo gilipolleces que el ser humano se ha ido inventando.

Si tuviera que elegir uno de los destinos paradisiacos que tiene una importancia mayor dentro de nuestro país, sin duda alguno sería Galicia. Si además me pongo a indagar con mayor profundidad sobre lugares espirituales seguramente me atrevería a decir que de lo más místico de Galicia es el famoso Camino de Santiago.

Toda mi vida me he mostrado reticente a andar a lo largo de un camino el cual se supone que tiene una fuerte connotación espiritual, religiosa o no pero indudablemente personal, rodeado de miles de personas y tomándomelo como una fiesta.

Quizás erróneamente pienso que el Camino me lo habría de tomar de una forma diferente a la de me voy un par de meses en verano con todo el mundo y me pego el festival. Insisto esta fórmula no tiene nada de malo, pero no es para mí.

Así que tampoco me sorprendí demasiado a mi mismo cuando este año me desperté en un avión a mitad diciembre camino Santiago de Compostela acompañado únicamente por una amiga que también tiene amor por los planes absurdos.

La verdad es que me toca un poco los cojones tener que admitirlo, pero en apenas una semana ya había tenido quizás demasiados momentos de revelación. Parece ser que Galicia, el Invierno, Finisterre y el Camino en general si sean capaces de crear magia cuando los combinas.

No tengo espacio en un solo artículo para explicaros todo lo que me sucedió a lo largo de una pequeña y maravillosa escapada hacía el norte, pero sí que me centraré en una sola escena.

Muxía

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Era ya la penúltima etapa del trayecto de todos los que estábamos en aquella cocina. Es curioso como los cinco que nos encontrábamos en el refugio de Muxía aquella noche éramos cada uno de un país diferente y de edades dispares.

Tres hombres y dos chicas.

Un italiano, un español, una belga, un francés y una alemana.

Desde los treinta y cinco años de edad hasta los diecisiete.

Parecíamos un puto chiste de gente que entra a un bar y pide cosas[1].

La verdad es que estábamos todos bastante reventados y a pesar de la ironía de no ser ninguno de los cinco ingleses comenzamos a hablar en ese idioma de cosas diversas e intrascendentes. En fin, lo de siempre: el curro, las parejas sentimentales, la pasta…

Estábamos todos inmersos en el risotto de verduras y nata que tan amablemente preparó nuestra amiga alemana cuando sin saber cómo ni porque se torció la conversación. Antes de que me pudiera dar cuenta el italiano que tenía al lado mío estaba mirándome a los ojos fijamente mientras me contaba que sencillamente no tenia ni puta idea de que quiera hacer con su vida.

Había dejado la carrera de astrofísica en standby porque no sabía si eso le iba a hacer realmente feliz. A mi izquierda la alemana comentaba como le preocupaba volver a casa, tener que llevar una vida normal con una pareja estable y con un futuro prediseñado. Su voz denotaba que se sentía prisionera.

El francés y yo entablamos una alegre discusión sobre si la legalización del alcohol y el tabaco no suponía una hipocresía de los gobiernos que de forma tan prohibitiva actúan con otras sustancias.

Irónicamente el vino y el buen comer no dejo de fluir en ningún momento. Además puedo decir orgullosamente que no vi ni un solo móvil.

La más joven de todas, la belga, miraba de un lado para otro intentando discernir que decíamos exactamente, mientras sus pupilas iban asimilando cada una de nuestras palabras. Se negaba a empezar una carrera antes de saber realmente que quería hacer con su vida. Quizás fuera la más lista y precavida de todos nosotros a pesar de su corta edad.

Entre el vino, la comida, las risas y las miradas de empatía hubo un breve momento en el cual no distinguí muy bien quien era quien y todo el mundo parecía la misma persona.

Cinco desconocidos compartiendo comida y bebida en paz. Cinco desconocidos que no hablan el mismo idioma y curiosamente tenían unos problemas todos extremadamente semejantes. Cinco desconocidos que quizás sumarían diez euros entre todos y que sin embargo durante una noche poseyeron una riqueza que no se puede contabilizar.

Ahimsa

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Dicen en el lejano oriente que todos somos realmente una única entidad, que realmente hay una interconexión entre todos y cada uno de los individuos que habitamos este universo. Cuentan que cuando dañamos a nuestro prójimo estamos dañándonos a nosotros mismos ya que najo ningún concepto dejamos de ser una única entidad.

Es decir, nos estamos auto lesionando.

¿Nunca os habéis sentido como una mierda después de haber hecho daño a alguien, fuera quien fuera?

Es una sensación difícil de describir. No es realmente miedo al rechazo de los demás, porque esto no ocurre en todas las ocasiones. No es temor a una represalia ya que a veces dañamos a quien no puede tomar venganza, se trata simple y llanamente de un malestar por haber hecho daño a otro individuo.

Ni siquiera responde en la mayoría de las ocasiones a la culpa, ya que el ser humano medio no hace daño voluntariamente, y sin embargo a pesar de nuestra intención cuando causamos dolor nos sentimos realmente mal.

Como si todo ese daño que hubiéramos generado nos estuviera volviendo, un boomerang implacable que se ceba con nosotros, retorciéndonos el estómago y borrándonos la felicidad que habita naturalmente en nosotros.

A pesar de que os pueda parecer lo contrario no os estoy hablando de mierdas absurdistas e intangibles. Os estoy hablando de daño verdadero, de ese instante cuando ves en la mirada de otra persona que realmente la has hecho sufrir. Quien haya vivido una escena parecida sabrá perfectamente de lo que estoy hablando.

Si entramos de pleno en la concepción de que todos los seres humanos[2] somos un único ente lo lógico es que evitemos tanto dañarnos a nosotros mismos como herir a cualquier otro miembro de este club universal.

Muchos de vosotros pensareis que esto no es tan jodidamente fácil, que el dolor y el sufrimiento son intrínsecos a esta vida, y que muchas veces, aunque no queramos, vamos a hacer sufrir a otras personas.

Y así es, sin el dolor la vida no tendría ningún tipo de sentido[3].

Esto no significa ni mucho menos que no tengamos un amplísimo margen de elección y es que aunque no lo parezca así es.

Contra lo que debemos luchar es contra el dolor innecesario.

Valer la pena

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El concepto de Ahimsa promueve llevar a cabo todo lo que este en nuestras manos para evitar el dolor ajeno, pero no cualquier tipo de dolor, sino solo el que no tiene ningún objetivo, es decir el dolor innecesario.

Sencillamente porque el dolor necesario, es por su propia definición algo que no podemos evitar, algo que padecemos por el mero hecho de existir. Algo que realmente es obligatorio para nuestro desarrollo como seres humanos.

La pregunta de qué dolor es innecesario y cual es necesario es extremadamente compleja y simple a la vez. Creo que se podría resumir en:

“Aquel sufrimiento que no sirve absolutamente para nada”.

¿Qué sufrimiento es el que no sirve para nada?

Esta es la siguiente pregunta que nos viene a todos a la cabeza, y voy a intentar responderla lo mejor posible.

El sufrimiento que no sirve para nada es aquel del cual no se deriva ningún tipo de crecimiento. Existen varios ejemplos de acciones que causan este tipo de dolor:

-Menospreciar y humillar a otros seres humanos para cubrir nuestras propias inseguridades.

-Mentir a las espaldas de otras personas.

El dolor por el dolor. Aunque parezca increíble hay personas que disfrutan dañando a otras personas únicamente por el hecho de verlas sufrir.

-Generalmente todo aquello que suponga una manipulación de las personas para utilizarlas como objetos para nuestros propios deseos.

La lista es interminable y en el fondo se resume en mierdas que todos hacemos, que dañan a los demás y que además no reportan nada positivo. Por otro lado nos encontramos con supuestos en los que hay dolor que si es necesario: decirle a tu mejor amiga que sus borracheras patéticas le están costando la dignidad y el respeto del resto de personas le va a hacer bastante daño. Sin embargo es un dolor necesario, y mientras que no responda a categorías de dolor absurdo[4] y se haga con una intención honesta, a la larga este hecho fructificará y del dolor nacerán nuevas raíces de esperanza y comprensión.

No olvidemos que el dolor siempre es dolor y se ha de intentar hacer siempre sufrir lo menor posible al prójimo, solamente cuando no sea evitable y el crecimiento sea mayor que el daño causado se ha de proceder.

La comparación obvia que surge es la de la amputación de una pierna para evitar que se contagie una infección por todo el cuerpo.

Como he mencionado anteriormente, la lista es jodidamente interminable y realmente todo esto se trata de un arte. Básicamente el arte de distinguir que dolor vale la pena causar y cual no.

En este arte no caben absurdeces ni preguntas que nunca llegan a consolidarse. Es un arte con una aproximación más práctica, realista pero no inamovible. Las clásicas preguntas que todos hemos hecho en una borrachera de “prefieres que mueran 500 inocentes o tu familia” no se aplican a este arte.

No se aplican por la sencilla razón de que en el 99.999999999% de los casos no vas a verte en esa tesitura[5].

La vida diaria es mucho más sencilla, y nuestro interior nos dice muchas veces cuando estamos siendo un capullo insensible y causamos dolor innecesario o cuando realmente estamos haciendo pasar un mal trago a alguien de cara a la consecución de un mejor futuro para ellos.

Y por ende, para nosotros.

Somos uno, ¿recordáis?

¿Y ahora qué?

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Si de verdad a alguno le interesa la idea que he comentado de Ahimsa, posiblemente tome un camino jodido. Se trata de una ruta donde muchas veces vamos a tener que analizarnos a nosotros mismos para ver realmente el objetivo de nuestras palabras y acciones.

Nos vamos a dar cuenta de que muchas veces aquello que creíamos que era amor, amistad o luchas políticas se resumen a que tenemos miedo y muy posiblemente un exceso bastante grande de ego.

El relativismo no deja de ser una vía de escape para todos los cobardes. “Como todo vale y todo es relativo, aprovecharme de una persona que va borracha para acostarme con ella también vale”. “¿Por qué tus valores basados en el respeto a las personas son más validos que los míos del no respeto?” “¿No serás un moralista que intenta inculcarme sus valores?”.

Que te jodan.

Lo siento, en la vida real no todo vale.

Discutir el iusnaturalismo respecto a ciertos principios esta bien para borracheras en un parque o para clases de Teoría del Derecho, no para jugar con el bienestar del resto de personas.

Además insisto nuestras vidas no son tan jodidamente complejas, la mayoría de nosotros no nos vamos a encontrar en nuestro día a día ante la tesitura de putear a unos u otros. Nos vamos a encontrar ante el dilema de hacer daño innecesario y necesario.

Y la respuesta es muy fácil.

Quizás unos pocos sí que se enfrenten a la ardua tarea de ponderar daños y ver como se hace menos daño al ser humano. Esto es extremadamente sufrido para todas las partes y realmente no se lo deseo a nadie bajo ningún concepto.

Pero aún así insisto la solución debe ser siempre la misma, pensar en todos como un todo indivisible, actuar evitando el daño en la medida de lo posible y si esto no es posible haciendo solamente el daño estrictamente necesario.

Cada golpe, mirada, palabra o intención acaba repercutiendo sobre nosotros mismos. No por venganza, no por despecho, no por aislamiento social.

Sino porque todos formamos parte de la misma entidad.

Todos somos una única unidad.

[1] Ya sabéis esos chistes de mierda que no hacen ningún tipo de gracia. Es de las pocas cosas que prohibiría.

[2] No voy a entrar en este artículo tampoco en discusiones respecto a seres vivos, veganismo y demás. Me encantaría pero una vez más no tengo espacio. Lo hago por el bien de todos, creedme.

[3] Esta idea ya viene introducida por el grande de Mark Manson y me gustaría cubrirla en otro artículo, así que por el momento la dejaré en el tintero.

[4] Véase nuevamente la categoría 1 del dolor absurdo, donde señalamos los defectos de otras personas para sentirnos mejor con nosotros mismos.

[5] Si te las ves, creo que tu problema excede a lo que este blog puede solucionar.

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